De 38 semanas, exigimos 12 para decidir
Julio César Borja
Cuando hablamos sobre aborto estamos tocando uno de los temas con más divergencia de opiniones y desencuentros. No se hacen esperar las opiniones que sostienen que el aborto “es igual a asesinato” y por ende, la mujer que ha abortado o pretende hacerlo está cometiendo una falta grave. A esta idea se le agregan prejuicios como “-si se legaliza, las mujeres jóvenes lo van a tomar como método anticonceptivo”, “-si se legaliza, las mujeres estarán aborte y aborte”. Estas ideas antiderechos de las mujeres se enmarcan en el sistema patriarcal, en el machismo imperante, muy de la mano con los dogmas de fe judeocristianos.
Nosotras estamos a favor de la pluralidad de ideas, pues creemos que la diversidad enriquece nuestro mundo. Lo que no admitimos es la imposición de creencias sobre nuestros derechos; partimos de que el respeto a la diversidad es elemental para la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Precisamente por ello urge hablar sobre aborto, con el fin de que se construya una visión más amable, plural y sensibilizada sobre el tema, con perspectiva de género y enfoque científico y laico, dejando a un lado prejuicios y mitos que le atraviesan.
Quienes “defienden la vida desde la concepción” dicen que la vida de un ser humano comienza cuando un espermatozoide fecunda a un óvulo y que desde ese instante “hay un alma”. Por consiguiente, le dan a ese cigoto el mismo valor que una persona ya nacida. Sostienen que desde las primeras semanas de gestación el embrión tiene pulso cardiaco y que por ello ya siente dolor. Incluso difunden materiales trucados donde aseguran que los abortos se realizan con una especie de batidora, y que el feto se retuerce de dolor, dando “su último grito”.
Es respetable que quienes mantienen estos preconceptos los apliquen para sus propias vidas, pues forma parte de su concepción particular sobre lo que es vida y lo que es ser humano/a. El punto relevante es que buscan que estas concepciones religiosas tengan eco en varias instancias de injerencia pública, imponiéndose como verdades absolutas. Los dogmas de fe se convierten entonces en imperantes políticos y en estructuras de poder. Por tanto, cuando se impone una concepción de la vida pretendiendo no dar cabida a otras, esto deviene en actos violentos contra quienes no piensan igual.
Así como hay personas y grupos que están convencidos que se debe proteger al embrión o feto por encima de las mujeres (y que ellas “deben de sacrificarse”), otros grupos no estamos de acuerdo con eso; nuestra mirada sobre la vida, sobre la dignidad humana, y sobre los valores éticos son distintos y también deben ser escuchados y respetados. Es preciso recordar que vivimos en un Estado Laico, o que pretende serlo. No deben imponerse como referentes los dogmas de fe de morales particulares, pretendiéndose como explicaciones universales expresadas desde los púlpitos para legislar y garantizar (o no) los derechos humanos a su conveniencia.
Desde nuestro posicionamiento feminista, defendemos que las mujeres tienen el derecho de elegir libremente sobre sus cuerpos, y por tanto, pueden optar por interrumpir embarazos no deseados y/o forzados. Negamos que abortar sea sinónimo de irresponsabilidad, al contrario, resulta un acto responsable cuando se asumen las condiciones y circunstancias en las que se vive, reflexionando así sobre la viabilidad de continuar con un embarazo. Insistimos que el ser mujer no es sinónimo de ser madre, y que la maternidad no tiene porqué ser destino obligado para las mujeres; apostamos por maternidades gozosas y elegidas.
Somos afines a los argumentos que han surgido desde algunos debates bioéticos y científicos, mismos que han sido desestimados por quienes han dejado en segundo plano las circunstancias y la vida de las mujeres, protegiendo ante todo al “no nacido”: Según la Organización Mundial de la Salud, se puede nombrar como embarazo al proceso que va desde el momento en el que un ovulo fecundado se implanta en el útero (y no antes), hasta el momento del parto. Recordemos que la fecundación se lleva a cabo en las tubas uterinas (trompas de Falopio) y que el óvulo fecundado o cigoto avanza hacia el útero; muchas veces no se logra implantar en éste (ya sea naturalmente o por un método anticonceptivo) y entonces no se puede considerar a ello un embarazo. En este sentido, si una fecundación no es igual a un embarazo, entonces un cigoto no puede equipararse a una persona nacida con todos los derechos.
También se ha investigado mucho sobre cuándo un feto comienza “a sentir”. Por ejemplo, Raymundo Canales, médico cirujano por la UNAM, especialista en Ginecología y Obstetricia e integrante del Colegio de Bioética A.C, explica que el corazón se forma y comienza a funcionar desde las primeras semanas de embarazo, pero la corteza cerebral, que se encarga de que reconozcamos las sensaciones del exterior, se forma hasta la semana 18. Este dato se contrapone con la idea que el feto “sufre y siente” cuando se realiza una interrupción antes de ese periodo de tiempo.
Es urgente que se abran los espacios necesarios para que podamos ejercer nuestros derechos, como la garantía del art. 4 constitucional, incluyendo el acceso a abortos gratuitos y seguros para las mujeres, sin estigmas ni prejuicios. Pero para defender el derecho a decidir, también debemos exigir que se garantice el Estado laico.
Celebramos que existan lugares (como la Ciudad de México) donde se garantice este derecho a decidir: si una mujer elige abortar, puede acercarse a cualquier centro de salud antes de las 12 semanas de embarazo para practicárselo de forma segura. Lamentablemente, en otros lados a las mujeres no se les garantiza ese derecho fundamental, como en Querétaro, en donde sólo es legal en dos causales: si éste es espontáneo o accidental, o si hubo una violación. Cabe destacar que en nuestra entidad no se tiene la causal por riesgo de muerte o salud de la mujer.
¿Por qué trabajamos sobre el derecho a decidir? Porque nos parece injusto que en este país más de la mitad de la población (las mujeres) no pueden decidir libremente sobre sus cuerpos; porque la prohibición del aborto está fuertemente enlazada con las inequidades sociales por sexo, situación socioeconómica y origen étnico; porque ningún método anticonceptivo es absolutamente efectivo y tenemos derecho a tener prácticas sexuales consensuadas sin fines reproductivos, porque hay violencia de género, porque no se imparte educación integral en sexualidades humanas en las currículas escolares ni en las familias.
Ante este contexto, mujeres de distintas edades, clases sociales, casadas, solteras, analfabetas o no, de zonas rurales y urbanas, son señaladas al querer interrumpir un embarazo, y están siendo forzadas a ser madres, o son criminalizadas y sometidas a procesos legales por presunción de aborto, y esas historias de injusticia social deben de conocerse y no volver a pasar. Porque de 38 semanas que dura un embarazo, exigimos 12 para decidir.
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